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“Memoria al
vacío que huele a soledad
Y sabe a
miedo en la boca
Cuando no
hay alimento…”
Arturo Meza
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Colgó el
telar de una horqueta del árbol de la vida.
Cerró en
torno a su cintura el mecapal y, tras revisar la correcta colocación de los
diferentes accesorios, procedió a tejer usando hilos de la más rica variedad,
incluyendo varias madejas entintadas con caracol púrpura de Pinotepa de Don
Luis; hilos de seda que la misma Lei Zu le regaló a su paso por China; hilos de
cáñamo traídos desde lo más remoto del Congo en África; hebras creadas con pelo
de wik'uña, que alguna mujer le trajo desde el noroeste de Argentina; oro de
Japón y de Chipre, en fin, se dice que el mismo Dios aportó hilos de lana de
los viejos patriarcas hebreos para que ella se pudiera sentar a tejer.
La primera
línea del tejido fue seguida por cientos de líneas que se entrecruzaban una y
otra vez trayendo poco a poco las imágenes que sólo existían en su imaginación,
grabadas por vivencias y relatos, canciones y libros.
Yo no pude
quedarme despierto todo el tiempo, pero mientras estuve allí, vi aparecer un
grupo de delfines saltando sobre un mar esmeralda; también vi una línea
horizontal de tortugas de las más diversas especies; además, una fila de
árboles formada por un ginkgo, un baobab, un tejo, un abedul, un mostajo, un palorrosa
y muchos más que no reconocí.
Todavía tuve
fuerzas para verla bordar magnolias, orquídeas, más de cuarenta especies de dragos,
y un sinfín de flores.
Al
despertar, el tejido continuaba; había ya un sinfín de formas y colores sobre
el telar pero no terminaba. Sin mucha confianza, me acerqué a la tejedora y le
pregunté el propósito de semejante empresa, me intrigaba saber qué destino
tendría tan rico y exótico lienzo.
La anciana
habló despacio pero claro.
“Todo cuanto
es bordado en este lienzo es del lienzo de una vez y para siempre. Sólo el espíritu
universal que habita en cada ser podrá desbaratarlo y liberar todo cuanto tejí
y tejeré.
Mira con tus
ojos como cada figura entretejida desaparece del mundo real, ya no verás
delfines, ni cactos, ni caracoles, ni flores: nada de lo que conoces será como
fue.”
Miré con
desconfianza y vi el mundo casi vacío. Comprobé que este telar hacía las veces
de un arca salvadora en la que cada especie que era trenzada simplemente se
esfumaba, dejando un aire melancólico acentuando el vacío.
Ante la
inminente desaparición de las cosas, pregunté: - ¿Y la gente? ¿Cuándo tejerás a
la gente?
Ella me miró
con una lástima profunda y, tras suspirar, me miró y me dijo con desdén:
- La gente…
pero ¿quién la necesita? Es para lo único para lo que no me dieron hilos. Fructifíquense
y multiplíquense… y luego cómanse unos a otros hasta que se acaben, el asunto
no me importa.
Sin saber
qué decir me senté a llorar bajo un chamizo que luego desapareció para dejar al
sol caer a plomo, pero luego se esfumó también el sol y no tuve otra opción más
que echarme a andar sobre el terreno árido de lo que alguna vez fue mi hogar.
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