miércoles, 1 de julio de 2009

Aceité Mis Manecillas

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Un sofá puede ser una excelente pista de despegue hacia la ventana que nos permita fugarnos de esta realidad rapaz.
El café se aburre de esperar y decide evaporarse lentamente.
Las moscas viven detrás del mosquitero la frustración de no poder molestarme.
Mis plantas hacen esfuerzos sobrenaturales por sobrevivir, como si tal empresa tuviera algún sentido.
El ventilador siente que el vómito se acerca a su esófago capacitor tras 10 horas de ver lo mismo pasando en torno a sí.
En los programas de revista los presentadores hacen mil y una maniobras peligrosas con tal de que los vea.
Afuera se escucha “el sonidito”.
Las nubes se disfrazan de dragones, hadas musicales, toros bravos, flacos duendecillos, niños felices, auras de santos, carretas de quimeras, volubles damiselas, sombrillas volteadas, hombres barbados…
Olores a tierras lejanas que alguna vez fueron mi casa.
Otra vez me gana la vida, otra vez despierto solamente para darme cuenta que sigue allá.
Huele a quemado.
El café suicida despide su alma de carbón.
Mi amigo, en actitud chamánica, ha decidido disfrazar la peste con hierbas. Yo agradezco el gesto mientras vuelvo a subirme a mi nave.
Suena el celular con la insistencia de un vendedor de libros… tal vez se trate de un vendedor de libros a distancia.
Mañana remendaré mis vestidos.
Quitaré la ceniza de mi cabeza.
Ungiré del aceite de una rasuradora mis cabellos.
Volveré al santuario y diré mis oraciones.
Dios: nunca dejamos de estar juntos. Gracias por cerrar por fuera las compuertas de este navío sideral.
Y yo dormido, robándole a la tristeza la gloria de verme caer.
El rebozo azul del cielo se transformó en encaje provocador, mientras tanto, yo ya aceité mis manecillas.

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