jueves, 26 de marzo de 2015

Espionaje

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Hay una mujer de cuya falda cuelga mi atención. La veo venir, me siento en la banqueta, lamo mi entrepierna mientras ella me arroja un pedazo de tamal. Lo recojo humildemente en tanto que aprovecho para ver bajo su falda.

Ser un zaguate tiene sus ventajas.



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viernes, 29 de agosto de 2014

Convencimiento

"Por vos tengo estos ojos,
esta forma de mirar,
esta poca paciencia
y mi voz para cantar"

La Bersuit


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Desconfiado y suspicaz, acercó a su hija mayor para que probara el caldo de pollo que le habían llevado hasta la cama. La mujer se acercó sin vacilar y probó dos cucharadas, un pedacito de cada tortilla y bebió un sorbo del atole de granillo que humeaba sobre un buró muy antiguo donde guardaba la pistola. Luego, se incorporó. Permaneció de pie unos segundos antes de que iniciaran las convulsiones, casi los mismos que duró su agonía.

El resto de ellos presenció la escena pero la vergüenza de verse expuestos les hizo paralizarse hasta la lengua. El viejo miró el cadáver y sólo hasta que estuvo convencido de que estaba muerta tomó la cuchara, partió una tortilla y, mirando fijamente a todos, empezó a comer.

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jueves, 28 de agosto de 2014

Por el momento

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"Me desvela descubrir
el corazón tras tanto velo,
soy luz intermitente,
soy pájaro que aún no vuelo"

Gustavo Cordera

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Un día que parecía destinado a ser tumultuoso, Soledad trepó por la cabecera de mi cama y deslizó sus piernas para entrecruzarlas envolviendo finalmente mi cabeza. María fue menos sorpresiva. Ella estuvo allí todo el tiempo, esperando a que mis ojos ingratos voltearan a verla.
Soledad es posesiva pero disfruta siempre la risa alegre de María, y es que ella sabe escuchar, me deja caminar sobre las espinas del dolor sin que sienta más que cosquillas.
Casi imperceptibles o a gritos, Soledad me entrega sus palabras al oído pero, por el momento, tengo un romance con María. 


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viernes, 2 de marzo de 2012

Textil

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“Memoria al vacío que huele a soledad
Y sabe a miedo en la boca
Cuando no hay alimento…”
Arturo Meza
 

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Colgó el telar de una horqueta del árbol de la vida.
Cerró en torno a su cintura el mecapal y, tras revisar la correcta colocación de los diferentes accesorios, procedió a tejer usando hilos de la más rica variedad, incluyendo varias madejas entintadas con caracol púrpura de Pinotepa de Don Luis; hilos de seda que la misma Lei Zu le regaló a su paso por China; hilos de cáñamo traídos desde lo más remoto del Congo en África; hebras creadas con pelo de wik'uña, que alguna mujer le trajo desde el noroeste de Argentina; oro de Japón y de Chipre, en fin, se dice que el mismo Dios aportó hilos de lana de los viejos patriarcas hebreos para que ella se pudiera sentar a tejer.
La primera línea del tejido fue seguida por cientos de líneas que se entrecruzaban una y otra vez trayendo poco a poco las imágenes que sólo existían en su imaginación, grabadas por vivencias y relatos, canciones y libros.
Yo no pude quedarme despierto todo el tiempo, pero mientras estuve allí, vi aparecer un grupo de delfines saltando sobre un mar esmeralda; también vi una línea horizontal de tortugas de las más diversas especies; además, una fila de árboles formada por un ginkgo, un baobab, un tejo, un abedul, un mostajo, un palorrosa y muchos más que no reconocí.
Todavía tuve fuerzas para verla bordar magnolias, orquídeas, más de cuarenta especies de dragos, y un sinfín de flores.
Al despertar, el tejido continuaba; había ya un sinfín de formas y colores sobre el telar pero no terminaba. Sin mucha confianza, me acerqué a la tejedora y le pregunté el propósito de semejante empresa, me intrigaba saber qué destino tendría tan rico y exótico lienzo. 

La anciana habló despacio pero claro.  

“Todo cuanto es bordado en este lienzo es del lienzo de una vez y para siempre. Sólo el espíritu universal que habita en cada ser podrá desbaratarlo y liberar todo cuanto tejí y tejeré.
Mira con tus ojos como cada figura entretejida desaparece del mundo real, ya no verás delfines, ni cactos, ni caracoles, ni flores: nada de lo que conoces será como fue.” 

Miré con desconfianza y vi el mundo casi vacío. Comprobé que este telar hacía las veces de un arca salvadora en la que cada especie que era trenzada simplemente se esfumaba, dejando un aire melancólico acentuando el vacío.
Ante la inminente desaparición de las cosas, pregunté: - ¿Y la gente? ¿Cuándo tejerás a la gente?

Ella me miró con una lástima profunda y, tras suspirar, me miró y me dijo con desdén:
- La gente… pero ¿quién la necesita? Es para lo único para lo que no me dieron hilos. Fructifíquense y multiplíquense… y luego cómanse unos a otros hasta que se acaben, el asunto no me importa.

Sin saber qué decir me senté a llorar bajo un chamizo que luego desapareció para dejar al sol caer a plomo, pero luego se esfumó también el sol y no tuve otra opción más que echarme a andar sobre el terreno árido de lo que alguna vez fue mi hogar. 

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miércoles, 15 de febrero de 2012

La Gravedad


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"Si me das a elegir
entre tú y ese cielo
donde libre es el vuelo
para ir a otros nidos, ay amor...
Me quedo contigo"

Los Chunguitos

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Llevo apenas 3 minutos acostado y ya siento que la loza se mueve.
Desde aquí se ven todos los techos de las casas, pero me interesa más el ciclorama que tengo a mi disposición en la bóveda celeste.
Las nubes, a las 5 de la tarde, llevan en su andar un compás adormilante.
Hay un viento del sur pasando como un velo muy transparente que me abrasa en un beso dulcísimo y se escuchan los susurros de Dios.
Hay una jacaranda con pretensiones de bailarina de ballet ondeando sus holanes morados al ritmo del viento sur.
Los zanates son notas cambiantes en el pentagrama de las líneas de alta tensión, pareciera que se trata de un villancico, pero no, no en febrero.
El sol se zambulle entre las nubes y sale empapado de matices que salpican la tierra.
Sube el humo lentamente y el rojo tiñe la falda de mis niñas; desde mi cuarto, hay una canción de Calamaro que no entiendo muy bien, pero me gusta.
Los rayos del sol también hacen contacto en tierra en forma de faros que dibujan líneas precisas en ciertas zonas, si me esfuerzo, sé que podré llegar hasta allá y ver qué sucede… pero no quiero esforzarme.
En realidad son más cosas las que no quiero, que las que quiero.
No quiero que esta tarde se termine, no quiero que María se esfume, no quiero que la realidad me haga caminar de nuevo sobre su sendero descolorido, mientras tanto, seguiré esperando que mis ojos se cierren o que el espectáculo de estrellas comience.
Al menos esta vez, estoy en primera fila.

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jueves, 19 de enero de 2012

Acróstico

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“Hubo un tiempo para llorar
hubo un tiempo para creer en Dios
hubo un tiempo de paredes blancas
y de nidos para aves grises, tan grises...”

Arturo Meza


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Momificado en el interior de una pequeña gruta, encontramos un cuerpo que se aferraba a una vasija de barro, en su interior había un rollo que fue descifrado por los sabios de la ciudad tras treinta y cuatro años de arduo estudio. Por su aspecto y los utensilios encontrados, concluimos que se trataba de un escriba, aunque no pudimos determinar su origen. La escritura era una extraña mezcla de diferentes signos que combinaban caracteres de civilizaciones del norte y sur.
Traducido el texto, esto fue lo que reveló:




“Las patas de sus caballos son incontables, pero el estruendo puede escucharse de un valle a otro.
Algunas veces pasan en silencio, pero la mancha de su grupo es inconfundible, amén de que nunca se esconden.
Cuando pasan cerca, el olor a sudor, sangre y muerte es inconfundible.
Hay tribus que los vigilan desde las montañas, casi a tres días de camino desde sus aldeas para cerciorarse que no están en peligro; si pasan en un rango de distancia preocupante, la comunidad amenazada se muda en su totalidad a otra región.
Incluso, hay tribus que se han desintegrado por huir despavoridamente.
No hay forma de evitar ese temblor de piernas que se siente cuando su nombre es sugerido, ni siquiera pronunciado.
Guiados por su instinto asesino, recorren la tierra palmo a palmo, dejando su huella desoladora por doquiera que pasan.
Alrededor suyo hay muchos mitos, algunos cuentan que son descendientes del sol y la luna, por eso no se detienen nunca, porque están en todo; también se dice que son hombres que se han cruzado con bestias del campo y que ahora sus hijos son estos engendros que devoran todo a su paso; otra leyenda dice que se trata de brujos, fantasmas o hasta demonios.
De un modo menos fantástico, se habla de ellos como salvajes nómadas que están en uno de sus tantos recorridos; ya se han tenido casos, pero ninguno de esta magnitud.
Ahora mismo me parece olerlos y escucharlos, pero hay ratos en que nada se oye, al grado que pienso que no existen, que son solamente son una invocación al terror para sentirme vivo.




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miércoles, 11 de enero de 2012

Soñar


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“Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el más claro proceder
ni el más ancho pensamiento…”

Violeta Parra

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A mí siempre me dio miedo dormir porque, al despertar, comprobaba que nada había cambiado.
Ya llevaba mucho rato acostado pensando en tantas cosas que, sin darme cuenta, caí en un estado de contemplación a tal grado que escuchaba con claridad los sonidos de la noche, los más honestos y nítidos sonidos de la noche.
Sobre una calle seguramente cercana sonaba el crónico rodar de una vieja carretilla, un poco más lejos se escuchaba una lucha entre gallos, quizá buscando apoderarse del harem de gallinas multicolores.
También había burros, caballos y perros. Cada uno de ellos produce un sonido diferente cuando camina.
Al mismo nivel de volumen de un arroyuelo, cuyos recodos distinguía sin dificultad, se escuchaba la orquesta sinfónica de los grillos del basamento de mi aposento.
El escenario auditivo era tan intenso que incluso me pareció percibir olores de campo, de hierba húmeda, de tierra mojada, de tabaco, de café, de pan, veladoras, cempasúchil y copal.
Cuando reaccioné y abrí los ojos, me di cuenta que seguía muerto.

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