viernes, 2 de marzo de 2012

Textil

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“Memoria al vacío que huele a soledad
Y sabe a miedo en la boca
Cuando no hay alimento…”
Arturo Meza
 

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Colgó el telar de una horqueta del árbol de la vida.
Cerró en torno a su cintura el mecapal y, tras revisar la correcta colocación de los diferentes accesorios, procedió a tejer usando hilos de la más rica variedad, incluyendo varias madejas entintadas con caracol púrpura de Pinotepa de Don Luis; hilos de seda que la misma Lei Zu le regaló a su paso por China; hilos de cáñamo traídos desde lo más remoto del Congo en África; hebras creadas con pelo de wik'uña, que alguna mujer le trajo desde el noroeste de Argentina; oro de Japón y de Chipre, en fin, se dice que el mismo Dios aportó hilos de lana de los viejos patriarcas hebreos para que ella se pudiera sentar a tejer.
La primera línea del tejido fue seguida por cientos de líneas que se entrecruzaban una y otra vez trayendo poco a poco las imágenes que sólo existían en su imaginación, grabadas por vivencias y relatos, canciones y libros.
Yo no pude quedarme despierto todo el tiempo, pero mientras estuve allí, vi aparecer un grupo de delfines saltando sobre un mar esmeralda; también vi una línea horizontal de tortugas de las más diversas especies; además, una fila de árboles formada por un ginkgo, un baobab, un tejo, un abedul, un mostajo, un palorrosa y muchos más que no reconocí.
Todavía tuve fuerzas para verla bordar magnolias, orquídeas, más de cuarenta especies de dragos, y un sinfín de flores.
Al despertar, el tejido continuaba; había ya un sinfín de formas y colores sobre el telar pero no terminaba. Sin mucha confianza, me acerqué a la tejedora y le pregunté el propósito de semejante empresa, me intrigaba saber qué destino tendría tan rico y exótico lienzo. 

La anciana habló despacio pero claro.  

“Todo cuanto es bordado en este lienzo es del lienzo de una vez y para siempre. Sólo el espíritu universal que habita en cada ser podrá desbaratarlo y liberar todo cuanto tejí y tejeré.
Mira con tus ojos como cada figura entretejida desaparece del mundo real, ya no verás delfines, ni cactos, ni caracoles, ni flores: nada de lo que conoces será como fue.” 

Miré con desconfianza y vi el mundo casi vacío. Comprobé que este telar hacía las veces de un arca salvadora en la que cada especie que era trenzada simplemente se esfumaba, dejando un aire melancólico acentuando el vacío.
Ante la inminente desaparición de las cosas, pregunté: - ¿Y la gente? ¿Cuándo tejerás a la gente?

Ella me miró con una lástima profunda y, tras suspirar, me miró y me dijo con desdén:
- La gente… pero ¿quién la necesita? Es para lo único para lo que no me dieron hilos. Fructifíquense y multiplíquense… y luego cómanse unos a otros hasta que se acaben, el asunto no me importa.

Sin saber qué decir me senté a llorar bajo un chamizo que luego desapareció para dejar al sol caer a plomo, pero luego se esfumó también el sol y no tuve otra opción más que echarme a andar sobre el terreno árido de lo que alguna vez fue mi hogar. 

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