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“La lengua sagrada
la fuimos perdiendo.
Todos hablamos la lengua maldita de Babel”
Arturo Meza
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El hombre se levantó por la mañana y fue en busca de Dios, quien jugaba rayuela con los ángeles de la muerte.
- Madre, tengo frío - le dijo el hombre a Dios.
Entonces Dios quitó la piel a un leopardo y con ella le fabricó un abrigo para que él pudiera protegerse.
El hombre vio que era agradable pero no le bastó y fue pos nuevas y variadas pieles con las que armó en poco tiempo un guardarropa que luego le pareció inútil.
Al mediodía, el hombre fue nuevamente en busca de Dios, quien ahora tejía junto a las tres muertes una frazada con los hilos de la vida.
- Madre, tengo hambre - suplicó el hombre.
Y Dios quitó las semillas a un trigal y, tras haber hecho harina, horneó un pan para el hombre.
El sabor era muy agradable, pero al hombre no le bastó y cortó cualquier tipo de plantas y elaboró comida en exceso que, al poco tiempo, se descompuso.
Por la tarde, el hombre buscó otra vez a Dios, quien esta vez dialogaba con la misma muerte sobre el sentido de la creación. La conversación fue interrumpida cuando el hombre le habló a Dios:
- Madre, estoy solo, a nadie tengo para compartir.
Y Dios le ayudó a buscar una mujer, quien lo acompañó a buscar una casa, cuidó de él y le procuró placer. Tampocó bastó para el hombre. Buscó, pues, otras mujeres y en poco tiempo olvidó a aquella por quien tanto había esperado.
Al caer la noche, el hombre caminó para hablar con Dios, pero ya estaba dormida. Y cuando Dios duerme, cae en un sueño imperturbable.
Así pues, el hombre volvió a su casa. Su mujer ya no estaba, no tenía comida y ni todo el guardarropa de pieles podía calmar el frío de la soledad que le carcomía. Solo, hambriento y desnudo, el hombre pasó la noche entera renegando amargamente por la falsa bondad de Dios.
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“La lengua sagrada
la fuimos perdiendo.
Todos hablamos la lengua maldita de Babel”
Arturo Meza
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El hombre se levantó por la mañana y fue en busca de Dios, quien jugaba rayuela con los ángeles de la muerte.
- Madre, tengo frío - le dijo el hombre a Dios.
Entonces Dios quitó la piel a un leopardo y con ella le fabricó un abrigo para que él pudiera protegerse.
El hombre vio que era agradable pero no le bastó y fue pos nuevas y variadas pieles con las que armó en poco tiempo un guardarropa que luego le pareció inútil.
Al mediodía, el hombre fue nuevamente en busca de Dios, quien ahora tejía junto a las tres muertes una frazada con los hilos de la vida.
- Madre, tengo hambre - suplicó el hombre.
Y Dios quitó las semillas a un trigal y, tras haber hecho harina, horneó un pan para el hombre.
El sabor era muy agradable, pero al hombre no le bastó y cortó cualquier tipo de plantas y elaboró comida en exceso que, al poco tiempo, se descompuso.
Por la tarde, el hombre buscó otra vez a Dios, quien esta vez dialogaba con la misma muerte sobre el sentido de la creación. La conversación fue interrumpida cuando el hombre le habló a Dios:
- Madre, estoy solo, a nadie tengo para compartir.
Y Dios le ayudó a buscar una mujer, quien lo acompañó a buscar una casa, cuidó de él y le procuró placer. Tampocó bastó para el hombre. Buscó, pues, otras mujeres y en poco tiempo olvidó a aquella por quien tanto había esperado.
Al caer la noche, el hombre caminó para hablar con Dios, pero ya estaba dormida. Y cuando Dios duerme, cae en un sueño imperturbable.
Así pues, el hombre volvió a su casa. Su mujer ya no estaba, no tenía comida y ni todo el guardarropa de pieles podía calmar el frío de la soledad que le carcomía. Solo, hambriento y desnudo, el hombre pasó la noche entera renegando amargamente por la falsa bondad de Dios.
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